Muchos padres todavía piensan que el hecho de que su hijo deslice el dedo por la pantalla con gran rapidez es indicativo de que tiene una gran inteligencia cuando todos los estudios demuestran que el uso prematuro de estos dispositivos no contribuye al desarrollo intelectual y sí hace a los niños más propensos a tener trastornos en el control de los impulsos, mayores dificultades para concentrarse e incluso está correlacionado con mayores índices de depresión infantil.
Tenemos que entender que las pantallas de los celulares no son para niños pequeños. Les hacen daño.
Ya desde los remotos tiempos del cinescopio a blanco y negro, en aquellos años sesentas, se decía que los niños no debían ver más de una hora diaria de televisión. Ahora, en muchos casos, no pasan una sola hora del día sin estar en pantalla.
El daño que esto causa todavía no lo conocemos cabalmente, pero lo que hasta ahora se ha demostrado es que, dado que antes de los dos años se desarrollan los procesos lingüísticos y emocionales, la pantalla actúa como un bloqueo. No llegan los estímulos y por lo tanto hay retraso en el lenguaje y en la adquisición del vocabulario. Las habilidades necesarias para la comunicación interpersonal también se desarrollan en los primeros años. El niño pegado a la pantalla pierde el contacto con los gestos y las emociones reales. Una pantalla no puede suplir el rostro sonriente de un hermanito o la mirada de ternura de una madre.
La comunicación cara a cara es indispensable para el desarrollo emocional del bebé.
Si a esto le sumamos que también papá y mamá se la pasan metidos en su celular, y por lo tanto no responden a los gestos y demandas del bebé, el resultado es el aislamiento social del niño, precisamente cuando más necesita de la interacción humana. Si piensas un poco en esto, verás que es trágico.
Los expertos de la OMS son muy claros. Nada de pantallas antes de los dos años (“nada” significa CERO). Después de los dos años, no más de una hora diaria y después de los cinco años no más de dos horas. Por último, la OMS nos da esta regla: “cuanto menos, mejor”.
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